Estrés, ¿Cómo lo ves?

“Estoy estresada”, “esa contractura es por estrés”, “pfff me estresas”, “tengo ansiedad”, “baja por estrés”, “vértigos por estrés”, “se me olvidan las cosas, tengo demasiado estrés”…

¿Quién no ha dicho alguna vez la palabra estrés?

Parece que todos damos por hecho que es algo que reina en nuestra sociedad, en nuestras vidas, en nuestro día a día.

Sin embargo, ¿a qué nos referimos realmente con ella? ¿La usamos con propiedad?

 

Según la Real Academia Española (RAE), el estrés se define como «tensión provocada por situaciones agobiantes que originan reacciones psicosomáticas o trastornos psicológicos a veces graves».

Y, realmente, creo que esta definición nos da una imagen bastante acertada del uso que se le da comúnmente a la palabra estrés.

Porque normalmente la usamos para referirnos a las sensaciones negativas derivadas de la respuesta al estrés. Ahora bien, aquí queremos indagar y aprender. Así que,

¿Qué es realmente el estrés?

Como decía, la definición de la RAE resalta principalmente las manifestaciones del estrés.

Las manifestaciones negativas.

Habla de «tensión» y «trastornos psicológicos», lo cual es cierto, pero parcial.

Y creo que es importante distinguir lo que es el estrés como respuesta fisiológica de sus manifestaciones.

El estrés es un mecanismo de supervivencia.

Desde una perspectiva científica, numerosos autores e instituciones han dado sus propias definiciones del estrés, y todas parecen estar de acuerdo en que

El estrés es una respuesta fisiológica y psicológica del cuerpo a estímulos externos o internos que percibimos como amenazantes.

Es decir, el estrés surge cuando percibimos algo como una amenaza, aunque no lo sea realmente.

En el reino animal, los agentes estresantes pueden ser de tres tipos:

  • Físicos agudos: amenazas físicas inmediatas que requieren una respuesta rápida. Ejemplos incluyen enfrentarse a un depredador, un accidente o una emergencia médica.

  • Físicos crónicos: problemas físicos persistentes que afectan al organismo a lo largo del tiempo. Ejemplos incluyen la desnutrición, enfermedades crónicas, y condiciones de vida adversas.

  • Psicológicos y sociales: factores que no necesariamente implican una amenaza física directa, pero que pueden generar una respuesta de estrés debido a la percepción y anticipación de eventos. Ejemplos incluyen la presión laboral, problemas financieros, conflictos interpersonales, y preocupaciones sobre el futuro.

Pero, esa respuesta que da el organismo ante esos estímulos, ¿es siempre perjudicial y negativa? 

Pues no, no lo es, y por eso se ha hecho la distinción entre dos tipos de estrés: eustress o estrés positivo y distress o estrés negativo.

Brevemente, porque profundizaremos en esto más adelante, el eustress nos motiva y nos ayuda a afrontar desafíos. Es el tipo de estrés que sentimos antes de una competición deportiva o una presentación importante. Este tipo de estrés es temporal y puede mejorar nuestro rendimiento y bienestar.

El subidón que nos da antes de algo importante.

Por otro lado, el distress es el que se asocia con sentimientos de sobrecarga y malestar.
Es este tipo de estrés el que puede tener efectos perjudiciales si se mantiene durante largos períodos.

Este es el de “ya no puedo más” o el de “no pierdo la cabeza porque la llevo pegada al cuerpo”.
Y es que, evolutivamente, el estrés es el mecanismo que ha permitido a los seres vivos adaptarse y sobrevivir en un entorno cambiante y muchas veces hostil.

Cuando identificamos una amenaza, nuestro cerebro, a modo de capitán de nuestro cuerpo, automáticamente pone a todo el mundo a funcionar para afrontarla, activando una serie de respuestas automáticas:

  • Corazón: ¡A latir más deprisa!

  • Músculos: ¿Qué hacéis relajados? ¡Quiero tensión para correr!

  • Hormonas: ¡Venga venga venga, os quiero inundando cada capilar!

  • Aparato reproductor: ¡Tú, al banquillo, hoy no juegas!

Estas respuestas nos preparan para lo que se conoce como la respuesta de «lucha o huida» (fight or flight en inglés). 

En el pasado, este mecanismo era esencial para la supervivencia.

Imagínate a nuestros antepasados enfrentándose a un depredador: el estrés les daba la energía y el enfoque necesarios para sobrevivir.

Hoy en día, aunque no enfrentamos a depredadores, nuestro cuerpo sigue reaccionando de la misma manera a los «depredadores» modernos: fechas límite en el trabajo, problemas financieros, conflictos personales…
Vamos, que aunque hoy en día ya prácticamente nada es una amenaza real hacia nuestra vida ni nuestra integridad física, seguimos activando la respuesta del estrés ante agentes estresantes que, en la mayoría de los casos, solo existen en nuestra imaginación y, realmente, nunca llegarán a ocurrir.

El famoso “¿Y si…?”

Y ojo, ser capaces de anticiparnos a las amenazas y actuar de manera acorde ha sido uno de los factores clave para permitir que los seres humanos lleguemos a donde estamos.
De hecho, como para nuestros antepasados la respuesta de estrés era tan importante para sobrevivir, aquellos individuos incapaces de tener esta respuesta, morían antes y dejaban menos descendencia.

Así, como escuché decir a Marcos Vázquez en una entrevista:

"Somos los descendientes de primates ansiosos"

Pero como con casi todo, hay una línea muy fina entre la anticipación y la preocupación.

Entre el eustress y el distress.

El problema surge cuando este sistema se activa con demasiada frecuencia en respuesta a las presiones diarias de la vida moderna.

O podríamos decir, cuando con demasiada frecuencia nos preocupamos y anticipamos catástrofes en respuesta a esas presiones.

Según el Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos, aproximadamente el 75% de las consultas médicas están relacionadas con el estrés.

Los síntomas comunes incluyen dolores de cabeza, somnolencia, contracturas musculares, pequeñas pérdidas de memoria, afecciones en la piel, problemas gastrointestinales, mareos… Y estos problemas cotidianos con los que muchos convivimos (yo al menos, lo hago), aunque parecen insignificantes, a la larga, pueden tener un impacto significativo en nuestra calidad de vida porque son el reflejo de algo que está ocurriendo en nuestro organismo.

De una respuesta de alarma permanente que nos mantiene preparados para el desastre.

Por aportar algún dato más, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 300 millones de personas en el mundo sufren de depresión, y se estima que los trastornos de ansiedad afectan a más de 264 millones de personas. El estrés prolongado puede agravar estos trastornos, haciendo que sea más difícil para las personas manejar sus síntomas y llevar una vida normal.

Además, el estrés también tiene un impacto significativo en casi todos los sistemas del organismo, afectando al sistema inmune, al sistema digestivo, al reproductor, al nervioso

En realidad es fácil entenderlo: percibimos una amenaza y desajustamos absolutamente todo para combatir esa amenaza.

Luego, deberíamos volver a la normalidad.

Sin embargo, percibimos demasiadas amenazas y volvemos demasiado poco a la normalidad, generando un absoluto caos en nuestra fisiología, alias, estrés crónico.

A modo de conclusión, y volviendo a las definiciones, aunque la RAE se centra en las manifestaciones de la respuesta de estrés, que casi siempre percibimos como negativas y desagradables, el estrés es una respuesta evolutiva orientada hacia nuestra supervivencia.

Aquello que llamamos “gestión del estrés” es fundamental y muchas veces es la causa de los efectos negativos de dicho estrés. Desde mi opinión, dentro de esa gestión del estrés debe cobrar un peso muy importante la correcta identificación de los agentes estresantes, esas potenciales amenazas.

Porque esta respuesta, que alguna vez nos ayudó a escapar de depredadores, ahora se activa por fechas de entrega y conflictos cotidianos. Como decía más arriba, se activa incluso por cosas que puede que nunca lleguen a ocurrir.

Así que acabo con una pregunta:

¿Te has planteado alguna vez si el problema en lugar de ser el estrés, sea lo que identificamos como agentes estresantes?

¡Estaré encantada de leerte en comentarios!

 Muchas gracias por leer.

Mamen

Organización Mundial de la Salud: Información sobre el estrés y su impacto global.
Kandel, E. R., Schwartz, J. H., Jessell, T. M., Siegelbaum, S. A., & Hudspeth, A. J. (2013). Principios de neurociencia. McGraw-Hill.
McEwen, B. S. (2007). Fisiología del estrés. Annals of the New York Academy of Sciences.
Sapolsky, R. M. (2004). ¿Por qué las cebras no tienen úlceras? La guía del estrés.
Lazarus, R. S., & Folkman, S. (1984). Estrés, evaluación y afrontamiento. Springer.
Selye, H. (1956). The Stress of Life. McGraw-Hill.

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