Menos es tres

Lo sé, no se me dan muy bien los juegos de palabras.

Pero lo importante es que hoy he decidido escribir sobre el estrés.

Creo que cada vez más personas somos conscientes de que hay algo “ahí fuera” que nos produce sensaciones desagradables que acabamos denominando “estrés”.

Con “ahí fuera” me refiero a todo eso que englobamos dentro de “el ritmo de vida” o “las exigencias sociales”. Todo aquello que, a priori, no depende de nosotros pero en lo que nos vemos envueltos y que nos “obliga” a vivir a un ritmo que muchas veces no es el que nos gustaría.

Siento estar usando tantas comillas, pero lo hago para recalcar que son frases y conceptos que se oyen mucho pero que podemos poner en tela de juicio o, al menos, mirar con cierta perspectiva.

Porque, realmente, ¿alguien o algo nos obliga a vivir a cierto ritmo o a seguir determinados patrones?

Dejo la pregunta ahí, abierta. Responderla no forma parte de esta entrada…

Hoy prefiero centrarme más en todas esas sensaciones desagradables, alias estrés, con las que muchos de nosotros convivimos.

Si estás leyendo esto, antes de que continúes, te propongo un ejercicio sencillo al que puedes dedicarle desde 30 segundos a los minutos que consideres.

Básicamente, te planteo tres preguntas sobre las que puedes reflexionar:
¿Sientes estrés en tu día a día o lo has sentido alguna vez en tu vida?
¿Qué sensaciones son las que te han llevado a identificar eso como estrés? ¿Qué te ha ayudado a reducir esas sensaciones?

Te he planteado esas preguntas porque, realmente, aquello a lo que llamamos “estrés” hoy en día son, más bien, las sensaciones negativas derivadas de una mala gestión de lo que es el estrés a nivel fisiológico.

Y, a la larga, una mala gestión prolongada de ese estrés, puede llevarnos a desarrollar trastornos de ansiedad, depresión, problemas para conciliar el sueño, aumento del riesgo cardiovascular, problemas de atención o de memoria.

Según datos de la Organización Mundial de la Salud, se estima que el estrés y la ansiedad afectan a una de cada cinco personas en algún momento de su vida.

Y eso se refleja en el hecho de que cada vez más personas están preocupadas por el estrés:

(Búsquedas en Google de la palabra «estrés» desde 2014 hasta 2024).

Pero, ¿realmente sabemos qué es el estrés cuando hablamos de él?

Vamos al laboratorio a verlo un poco más de cerca.

Desde el punto de vista científico, el estrés es la respuesta del cuerpo ante cualquier demanda o desafío.

Cuando percibimos una situación como amenazante, nuestro cuerpo se prepara para actuar, liberando una serie de sustancias y activando mecanismos que nos ponen en un estado de alerta.
A esto le llamamos respuesta de «lucha o huida» y, como ya hemos mencionado en otras ocasiones, tiene sus raíces en la evolución, siendo un mecanismo vital para la supervivencia de nuestros ancestros.

Sin embargo, esa respuesta se convierte en un problema porque el entorno ha cambiado drásticamente pero nuestra respuesta biológica no se ha adaptado al mismo ritmo. Las amenazas ya no son principalmente físicas, sino psicológicas o emocionales, y nuestra respuesta de «lucha o huida» se activa con demasiada frecuencia, sin el necesario alivio o descanso.

Tenemos todo el arsenal de armas fisiológicas listo para atacar pero no hay leones que combatir ni árboles a los que trepar.

A nivel neurobiológico pero sin profundizar demasiado, la respuesta al estrés es un proceso complejo y finamente orquestado en el que participan varias partes de nuestro cerebro, así como un gran número de moléculas señalizadoras (hormonas y neurotransmisores).
Para acercarnos a entender cómo nuestro cerebro gestiona el estrés, es importante explorar el papel del sistema nervioso autónomo (SNA) y el eje hipotalámico-hipofisario-adrenal (HHA), dos componentes claves en la respuesta al estrés.

El SNA se encarga de regular funciones corporales involuntarias como el latido del corazón, la respiración o la digestión y se compone de dos ramas: el sistema nervioso simpático y el sistema nervioso parasimpático.
Ante una situación de estrés, el sistema nervioso simpático se activa, preparando al cuerpo para la acción mediante una serie de reacciones fisiológicas como el aumento de la frecuencia cardíaca, la elevación de la presión arterial y la liberación de glucosa en el torrente sanguíneo, proporcionando energía rápidamente a los músculos.

¿Alguna vez has sentido que «el corazón se te salía del pecho» o que «te ardían las mejillas»?

Son las sensaciones producidas por algunos de esos mecanismos.

En cuanto al eje HHA, se activa también ante una situación de estrés y, después de una serie de comunicaciones entre diversas áreas cerebrales, termina ejecutando varias respuestas, entre las que destaca la liberación de cortisol, la tan famosa “hormona del estrés”.
El cortisol ayuda al cuerpo a gestionar la energía de manera eficiente.

El problema por el cual el cortisol se ha ganado su mala fama es que niveles elevados durante periodos prolongados pueden tener efectos perjudiciales, incluyendo la supresión del sistema inmune, el aumento del riesgo de enfermedades crónicas, o las alteraciones en la memoria y la concentración.

En definitiva, nuestro cuerpo es una máquina compleja diseñada para sobrevivir a toda costa. Y la respuesta a las amenazas, forma parte de ello.

Como hoy en día no tenemos esas amenazas y casi nunca ejecutamos las respuestas físicas para las que toda esa cascada de respuestas nos prepara, nos toca lidiar con el estrés y con la acumulación de muchas de esas sustancias en nuestro organismo.

La buena noticia es que, aunque el estrés es una parte inevitable de la vida, existen herramientas y estrategias que podemos emplear para gestionarlo de manera más efectiva.

Herramientas para una mejor gestión del estrés:

   • Movimiento: la actividad física regular es una de las formas más eficaces de reducir los niveles de estrés. El ejercicio no solo mejora la salud a nivel físico, sino que también libera endorfinas, conocidas como las hormonas de la felicidad, que pueden ayudar a mejorar el estado de ánimo.

Como hemos visto antes, la respuesta ante el estrés conllevaba una reacción física.
El movimiento es una forma de darle a nuestro cuerpo ese alivio que espera después de activar sus armas contra el estrés.

    • Naturaleza: pasar tiempo en entornos naturales ha demostrado ser beneficioso para reducir el estrés. La simple acción de caminar por un bosque o un parque puede disminuir la producción de cortisol y aumentar la sensación de bienestar. 

    • Consciencia: la práctica de la meditación y la atención plena nos ayuda a centrarnos en el presente, reduciendo la tendencia a preocuparnos por el futuro o anclarnos al pasado. Estas prácticas así como la respiración consciente pueden mejorar mucho nuestra capacidad para gestionar el estrés.

    • Organización: a menudo, una fuente significativa de estrés es la sensación de no tener control sobre nuestras vidas.
Al principio lancé al aire una pregunta. No voy a dar la respuesta pero la voy a repetir:

¿Alguien o algo nos obliga a vivir a cierto ritmo o a seguir determinados patrones?
Mejorar nuestra organización y planificación puede ayudarnos a sentirnos más en control de nuestra vida.

Y combinando consciencia con organización quizás podamos darnos cuenta de ciertos patrones de los que queremos escapar y otros que queremos potenciar.

Trabajar con el estrés es uno de los pilares de Un paseo por el bosque.

Aprender a reconocer a ese gigante que nos asedia y del que todos hablan a través de las sensaciones es (desde mi punto de vista) uno de los primeros pasos.

Entender que muchas de las cosas desagradables que percibimos son solo sensaciones que surgen por una respuesta de nuestro cuerpo me ayuda mucho a relativizar y a darle a las cosas el tamaño apropiado.

Además, implementar las estrategias y herramientas que he mencionado más arriba, no solo funciona y ayuda a gestionar mejor el estrés, sino que ayuda a llevar una vida más saludable en su conjunto.

Quizás así podamos dejar de vivir en base al ritmo impuesto "desde fuera" y podamos empezar a vivir más al compás del ritmo que viene "de dentro".

Gracias por leer.

Mamen

Organización Mundial de la Salud: Información sobre el estrés y su impacto global.
McEwen, B. S. (1998). Protective and damaging effects of stress mediators. New England Journal of Medicine.
Kabat-Zinn, J. (1994). Donde quiera que vayas, ahí estás: Mindfulness meditation in everyday life.
Kabat-Zinn, J. (1990). Full Catastrophe Living: Using the Wisdom of Your Body and Mind to Face Stress, Pain, and Illness. Delta.
Ulrich, R. S. (1984). View through a window may influence recovery from surgery. Science.
McEwen, B. S. (2007). Fisiología del estrés. Annals of the New York Academy of Sciences.
Sapolsky, R. M. (2004). ¿Por qué las cebras no tienen úlceras? La guía del estrés.
Kandel, E. R., Schwartz, J. H., Jessell, T. M., Siegelbaum, S. A., & Hudspeth, A. J. (2013). Principios de neurociencia. McGraw-Hill.
Lazarus, R. S., & Folkman, S. (1984). Estrés, evaluación y afrontamiento. Springer.

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